Fusilados

Me inclino sobre el pecho ahora inerte como si esforzándome pudiera sentir ese último hálito de vida recorriendo lo que alguna vez fue su cuerpo, ese último deseo o sueño que ya no podrá concretar. Todavía se puede sentir el calor de aquel hombre que ahora descansa, aunque no sé qué tanto alivio conserve.
Es gracioso, pero desearía estar en su lugar por un instante, saber qué se siente tener la incertidumbre de que mi vida dependa de otro. Un minuto estoy en esta tierra de violencia y almas doloridas y al otro un hombre da una señal y todo acaba. Tal vez ese rol sea mucho más honroso, pero no puedo saberlo.
Me separo de él; retorno a la realidad que me corresponde lejos de esos cuatro cadáveres que ya no son esperanzas latentes sino recuerdos.
Un hombre me alcanza el sombrero, lo examino entre mis manos y lo regreso a mi cabeza. Acomodo el cuello de la camisa para disimular la fatiga que poco a poco me acomete. Tal es mi tristeza al notar una mancha en la manga izquierda que no me queda más remedio que agachar la mirada.
Me alejo del patio caminando a paso ligero, un escozor que recorre todo mi cuerpo me impide mantener la compostura. Varios me dirigen la palabra pero no comprendo qué dicen, el asco me vulnera y conduce por el pasillo con velocidad.
Vomitaré, sin duda. Sólo espero que una vez en casa mi mujer recuerde alcanzarme el somnífero a la cama, de esa manera dormiré tranquilo.
Por ahora lo que necesito es llegar al baño del destacamento y sacarme de la garganta ese grito atravesado de siglos y tragedias. Viva la anarquía, dijeron, viva la anarquía.




[Migue]
[15-Marzo-2008]
[07:00 a.m.]

















[El Maquinista de La General]

El maquinista de La General

Fumaba Otoño en la oscuridad de la sala de estar, pipa en mano y la mirada clavada en la pared delante de él, aquella que lo separaba de su habitación. Sobre su izquierda había otra pared y en ella, pero más adelante, una ventana. Más allá a su derecha, comenzaba el comedor que junto con la cocina formaban una gran masa de espacio vital que por convención ha concluido en llamarse de una y otra manera pero que en realidad bien podrían ser Hueco y Panacea; o Marco y Terraplén; o cualquier otro vocablo significante provisto de significado y viceversa.

La oscuridad penetraba en todos los rincones, conquistadora de cada centímetro como si un sólo hálito de luz, por más simple e insignificante, hubiese desbaratado todos sus planes tenebrosos. Otoño se adentraba cada vez más en esa escena de enigmas y espejismos que produce la noche, totalmente ajeno a los movimientos de la Casa, o mejor dicho a las quietudes porque si había algo que reinaba en la calle Ciruelas además de la oscuridad, era el silencio.

Pronto sucumbió a las generosidades de la salamandra que, luego de un manejo adecuado de la leña, comenzó a proporcionar la tibieza necesaria como para distraerse en los asuntos que de otra manera le hubiesen sido imposibles de meditar. Así estaba, en plena alucinación siniestra, cuando a través del humo que emanaba la pipa penetró un sonido estridente y singular que dejó a Otoño perplejo, sacándolo de sus elucubraciones y ubicándolo en estado de alerta sigilosa. Con cautela giró sobre su mismo eje hacia la izquierda llevando consigo todo incluido el sillón y, prudentemente, se asomó por la ventana de manera que sólo sus ojos sobrepasaran el marco pensando en qué clase de peligro se encontraría en la intemperie, justo en el momento en que el extraño sonido tronaba una vez más sin que pudiese reconocerlo como algo compatible con la realidad. Hasta que por fin lo vio y sus dudas quedaron eliminadas dando paso a otras de mayor complejidad.

Aún más grande fue su incertidumbre y su temor cuando vislumbró la fuente de aquel estruendo misterioso y logró, a fuerza de quebrar el sentido común, relacionar ambas partes del mensaje. La locomotora que rodaba sobre los rieles instalados sobre lo que alguna vez había sido la calle Libertad –aquella que supo cortar a Ciruelas en sendas ocasiones- bramaba su hambre de carbón así como la salamandra comenzaba a reclamar más combustible. Otoño, ya curtido en lo que a situaciones insólitas respecta, no se asombró tanto por la máquina que desplegaba toda su enormidad con soberbia, sino más bien por el personaje que la dirigía y alimentaba con una destreza y precisión inusitadas. El sujeto de pantalones holgados y sombrero plano, de tez pálida y aspecto gris hizo frenar la máquina repentinamente en una parafernalia de humo y chirridos insoportable; luego abandonó su puesto y corrió torpemente hacia la ventana topándose con Otoño nariz contra nariz. Ninguno de los dos atinó a pronunciar palabra alguna.

Mientras Otoño buscaba la manera de salir de aquella situación incómoda, el maquinista de La General –como rezaba el cartel soldado a uno de los costados de la locomotora- continuaba observando a ese ser extravagante que exhibía colores a todo trapo y que había llamado poderosamente su atención. Durante varios minutos prosiguieron de esa manera, frente a frente; Otoño disimulando su fastidio y El Maquinista Sin Amigos intentando desentrañar los misterios de aquella escena en technicolor, hasta que el hombre que observaba desde adentro cortó la tensión con la primera frase que se le ocurrió.

-Yo no quiero entrometerme en sus asuntos, caballero, pero me pareció ver una vaca trotando en la vereda y debo sugerir que se escapó de uno de los vagones que lleva usted a la rastra.

El sujeto gris permaneció impasible y no pronunció sonido alguno, como si fuese presa del silencio más absoluto. En cambio, tras meditarlo –al parecer seriamente-, giró sobre sus talones y corrió al encuentro de la vaca. Intercambiaron miradas. Ella volvió a introducirse en el vagón donde había iniciado su periplo. Él regresó a la ventana y sus ojos se posaron en los de Otoño; éste notó un ligero cambio en ellos, dedujo que aquel hombre buscaba decirle algo. Tal vez necesitaba cobijo por esa noche o leña para darle empuje a su máquina.

Durante varios minutos intentó descifrar lo que aquella mirada significaba hasta que el Sin Amigos llevo sus dos manos hacia su pecho precisamente del lado izquierdo, arrugó su camisa y elevando sus ojos al cielo ensayó un suspiro enternecedor. Fue ahí cuando Otoño comprendió todo y sin perder tiempo corrió hacia su habitación, revolvió en su ropero hasta que dio con lo que buscaba y regresó a la ventana de la sala de estar donde su nuevo amigo aguardaba impertérrito. Y digo “su nuevo amigo” porque al entregarle Otoño un uniforme gris oscuro gastado por los años y la naftalina y una carabina del Siglo XIX que había pertenecido a su familia por generaciones, sellaron un lazo que difícilmente pudiera ser quebrantado.

Conmovido por dichos regalos –o por lo menos eso deduzco debido a la situación, ya que en su rostro permanecía el mismo gesto que había ofrecido desde que irrumpió en la tranquilidad de la Casa de Ciruelas-, el maquinista estrechó la mano de Otoño en señal de agradecimiento y le dejó a cambio una foto en blanco y negro de una mujer. A partir de ese día Anabelle supo vigilar uno de los estantes de la biblioteca, sembrando la curiosidad en Emilio y en Cecilia quienes no perdieron oportunidad de indagar acerca del origen de aquella fotografía. Dato que no supieron nunca, ya que Otoño guardó celosamente en secreto el episodio en que el Maquinista de La General se presentó ante él como salido de un film y le pidiera tácitamente su ayuda para recuperar a uno de los dos amores de su vida.

Luego de aquel intercambio, el hombre de sombrero plano subió a su monstruo de hierro y lo último que se escuchó fue el silbido ronco y ahogado de aquella locomotora derruida por los años y los kilómetros de ruta. La noche volvió a aquietarse y Otoño regresó a su asiento cerca del calor de la salamandra. Cargó nuevamente su pipa y fumó lento, apaciguado por el crepitar de la madera que ardía tanto en su estufa como en la caldera de La General, allá a lo lejos. Cada chispa repentina era un guiño, una llamada a la remembranza; y así fue como Otoño atravesó lo que quedaba del crepúsculo hasta que una vez entrado el día lo encontró Benítez, el gato, quien no sabía nada de locomotoras ni uniformes ni carabinas, ni siquiera de vacas compañeras, y lo único que expresó esa mañana fue un maullido de indignación en reclamo de su asiento.



[Migue]
[... / ... / ...]


Me revienta

-¿Sabés una cosa? Odio cuando estás en todos los canales de televisión, gran icono de la democracia representativa, blandiendo la espada demagógico-verborrágica de una imagen bien canalizada ante una audiencia de papel picado y mil asesores de figurita de acción. ¿Cuándo será el día en que se acabe esta farsa, esta tragicomedia mediática y asquerosa? ¿Y cuándo las personas dejarán de ser objetos, presas fáciles del fetiche mercantil? Ay, mi vanagloriado ojituerto, odio cuando estás en todos los canales de televisión porque me recuerda que los pájaros no cantan de felicidad, sino que reclaman por el innecesario consumo de huevos, y que las abejas no realizan esas gloriosas piruetas en el aire porque festejan un suceso que las llena de dicha y algarabía, sino que protestan por su condición de esclavas asalariadas. Y así podría seguir durante horas, pero tu cara –que representa todas las anteriores caras y todas las que vendrán de una casta dirigente- me inspira deseos de salir a la vereda y alzarme en un alarido de bronca e impotencia acumulada al tiempo que pateo todas las señales de tránsito y todos los buzones y autos, camiones expendedores, supermercados, eucaliptos paisajísticos y qué se yo, ¿cuánto puede uno patear, conforme a las reglas, hasta que venga un oficial cara ´e culo y te encierre sin que eso sea motivo de crítica alguna por parte de los espectadores? Mierda que funciona el estado de derecho, querido. Para defenderte de los patadones que daríamos todos en caso de no estar preocupados por el nuevo modelo de ropa interior reversible cien por ciento algodón.
Pero, ¡ay!, ¡cuánto me revienta cuando estás en todos los canales de televisión!



[Migue]

[Fragmento, allá por 2007]

Juntos siempre

-Pero vos me dijiste que íbamos a estar juntos siempre.
-Yo nunca dije que podías confiar en mí.
-¿No era eso implícito acaso?
-Es que ya no te amo.

Emilio rompió en llanto. No había nada que pudiera remediar esa situación. Las palabras no eran más que odiosos esbirros de las traiciones, vestidos de novia o zapatitos.
Sin más y entre sollozos, exclamó un severo “andate”.

-¿No querés que te haga compañía un rato?
-Ojalá te muerda un perro.
-Te dejo un beso, lindo.
-Arriba de la heladera, por favor.
-Es verdad, en la mesita de luz no hay más lugar.



[Migue]
[8-Febrero-2008]
[23:30 hs]


Por Axidente

Yo quiero alegría
como vos, inocente
yendo y viniendo
mientras sueño.
Quiero confianza,
rugen tormentas .
la carne no alimenta
a un mundo cargado de
las mismas palabras.
quiero abrazos
¿quién me hará temblar
como vos?




[MigueCollage]
[Enero/2008]

Sinosoyquésoy

Si no soy, ¿qué soy?
¿Soy ésto? ¿Soy lo otro?
¡Podría exclamar con tanta verborragia,
lanzar odas a quién sabe qué! Pero no.
Sólo busco.
¿Qué busco? Alegria, supongo.
El cese de todas las angustias,
pero es tan complicado
ningún camino es suficiente
al punto que los mezclo
los superpongo, realizo mil pruebas
uno me convence, después no, luego sí
¿y qué sucede? Nunca acaba la búsqueda.
Pero soy
¿Qué soy?
¿Y vos? ¿Quién sos?
¿Por qué me juzgás?
¿No buscamos lo mismo acaso?



[Migue]
[30-Enero-2008]
[5:30 A.M]

Entrenamiento

[...]Y de pronto crecen naranjos y mis manos se tornan tan fértiles tan
gráciles tan súbitamente nobles y de ellas brotan lagárticos y por debajo
los tubérculos, sin prosa, y es inutil que ninguna empresa que ningún
pesticida que ningún político herbáceo suicide su vocación políglota
intentando dialogar con mis nudillos en francés o portuñol.[...]




[Migue]

[... /... / ...]

Andácerlacon

[...]Cada tanto té de manzanilla, atemporalmente vómitos criminales,
anacrónicamente fiebre y flojera. Regrese en una semana y veremos cómo
resolver este cuadro viral, no se olvide del Ibuprofeno ni del para-rayos en
la nuca, que tenga un buen día. Y así es como me marcho hacia la cosecha sin
haber pegado un ojo en toda la noche, pensando en el latifundio y dandolé
mil vueltas a la cuestión.
Latifundio rima con la palabra acertijo; mientras tanto mi puño sufre y
seguramente más de un niño también, ¿qué me importa que Chaplin se ponga
bigotes postizos?, ¿qué tiene que ver San Martín con Artigas?, ¿acaso
tomaban mate juntos?... de todas maneras ninguno de los dos tiene derecho a
decir ni mú, decreto pingüinista. ¡Y la América andá a hacerla con
Magolla![...]





[Migue]

[... /... / ...]

En el corazón

-Casi siempre intento imaginarte en los casi nunca y me encuentro con que tal vez no seas tan algodón de azucar, ni pegajosa ni sabor que empalaga. Sí, ya lo sé, me sumerjo en analogías estúpidas para hacer creíble esta situación falsa. Está más que claro, vos no tenés nada que ver con los algodones de azucar. Sigamos caminando, simplemente estaba pensando en voz alta. -Aunque de esas caminatas tampoco surgía nada que lo llene de dicha, fantasía; felicidad que le dicen. Entonces sentábase en algún banco, en alguna vereda, y sin mucho más que un sombrero se protegía de la suerte que le caía cual diluvio en la nuca y le chorreaba fatidicamente por la sien.



[Migue]

[... /... / ...]

... definir como calestrina a una simple mofutreja

Tu muslo se mueve, honey, camino al encuentro
con mi idea de lo que es el cariño,
sin saber exactamente qué o cuál
o si en realidad quizá a lo mejor de pronto.
Sabés de mis debilidades
y yo te desprecio.



[MiguelParra]
[Junio de 2006, aproximadamente]

Desayuno

Cuando la muchedumbre es acaso un suspiro me tiento a pensar en ciertas formas de abrazar entrañáblemente un rincón, de amainar un poco con los nervios, de acatar aunque sea uno de los tantos y lamentables dictámenes que surgen de charcos con mugre o de sopas calientes.
Si al menos la concatenación de hechos fuese favorable y una mano no viérase derramando pis y un teléfono no marcase distancias inoportunas y un magistral estado de cosas no ocultase una verdadera falta de respeto. Pero no es así, y por acá las vicisitudes del pan con mermelada andan un tanto flojas, ni qué decir de los arrebatos de adulterada sinceridad, tan en boga en estos tiempos. Resulta triste en verdad, ya que no puede uno siquiera precipitarse a la calle sin que algún fulano intente venderle cualquier chuchería. Es por eso que pueden oirse diálogos elocuentes.

-¿Sabe una cosa? Jamás había visto en toda mi carrera sujeto de tan buen porte como usté, y sepa que años en esto me sobran.
-Me cuesta creerlo, caballero. Uno tiende a menospreciarse en cuanto a lo que estética se refiere.
-¡Pero no diga eso! Usté tiene un brillo especial, creamé... Le sentaría muy bien este sombrero, ¿gusta probarseló?
-¿Un sombrero? ¡Haber empezado por ahí, hombre!
-¡Pero claro! ¡Un sombrero! Y mire qué estirpe, ningún lord dejaría de adquirirlo.
-Comprendo a la perfección. Sí que es muy bello, pero he salido sin dinero por desgracia.
-¡Cuánto lo siento! Pero no desista aún, podemos financiar el pago en varias cuotas, eso le beneficiaría.
-Le agradezco su amabilidad, pero hace diez minutos estoy intentando cruzar la avenida y temo que usté me lo impide, dejemos el sombrero para otro momento.
-Es que usté no entiende, no encontrará una mejor oferta en el mercado.
-Digamé algo, ¿conoce el paradero de su mujer en este preciso momento?
-¿Por qué lo dice?
-No, sólo preguntaba. Que tenga un buen día.

Casos como éstos abundan y entonces uno tiene que buscar la mejor manera de escabullirse, parapetandosé detrás de un RenóDoce estacionado en la vereda o bien emprender una violenta carrera hacia mejores ámbitos vociferando vituperios y abriendosé paso entre la multitud, que es acaso un suspiro, pero no deja de atragantarse con individuos de excelente porte que pronto se lanzarán en busca de un rincón al darse por vencidos en su intento de alimentarse por la mañana.


[Miguel Parra]
[10-Marzo-2007]

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