Fusilados

Me inclino sobre el pecho ahora inerte como si esforzándome pudiera sentir ese último hálito de vida recorriendo lo que alguna vez fue su cuerpo, ese último deseo o sueño que ya no podrá concretar. Todavía se puede sentir el calor de aquel hombre que ahora descansa, aunque no sé qué tanto alivio conserve.
Es gracioso, pero desearía estar en su lugar por un instante, saber qué se siente tener la incertidumbre de que mi vida dependa de otro. Un minuto estoy en esta tierra de violencia y almas doloridas y al otro un hombre da una señal y todo acaba. Tal vez ese rol sea mucho más honroso, pero no puedo saberlo.
Me separo de él; retorno a la realidad que me corresponde lejos de esos cuatro cadáveres que ya no son esperanzas latentes sino recuerdos.
Un hombre me alcanza el sombrero, lo examino entre mis manos y lo regreso a mi cabeza. Acomodo el cuello de la camisa para disimular la fatiga que poco a poco me acomete. Tal es mi tristeza al notar una mancha en la manga izquierda que no me queda más remedio que agachar la mirada.
Me alejo del patio caminando a paso ligero, un escozor que recorre todo mi cuerpo me impide mantener la compostura. Varios me dirigen la palabra pero no comprendo qué dicen, el asco me vulnera y conduce por el pasillo con velocidad.
Vomitaré, sin duda. Sólo espero que una vez en casa mi mujer recuerde alcanzarme el somnífero a la cama, de esa manera dormiré tranquilo.
Por ahora lo que necesito es llegar al baño del destacamento y sacarme de la garganta ese grito atravesado de siglos y tragedias. Viva la anarquía, dijeron, viva la anarquía.




[Migue]
[15-Marzo-2008]
[07:00 a.m.]






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