Querida Violette

Hagamos una prueba: pongámonos de cabeza y apoyémonos en una silla, la misma, sin temor a que se caiga. Sin pensarlo detenidamente, acurrucate junto a mí para deslizarnos entre una parva de besos.
Mientras deducís una almohada y justificás una parcela de sábana yo argumento un viaje a Buenos Aires sin siquiera prestar atención a la lluvia allá afuera, allá magenta, allá unicornio perdido.
Recordás un diálogo con tu madre y me acariciás el torax, por acá un lunar y ¡Violette! ¿Cómo es eso que dejás la carrera? Uno de tantos, conviven en perfecta armonía demostrando que en realidad no hace falta un lunar presidente, un lunar diputado ni uno policía o sacerdote.
Lo que pasa es que tengo otros planes, vieja y, de todas formas ¿a quién le importa si abandono o no? Seguramente termine lavando platos o refregando tu mejilla contra la mía, tan apacible, dejando correr el tiempo y disfrutando de esta cama-santuario; un conjunto de minutos gotea a nuestro alrededor, te desabrochás el corpiño sin que te lo pida.
Llueve, detrás de los cristales llueve y llueve y la voz de un catalán apacigua un atardecer ciclotímico. Prendo un cigarrillo sin razón, solamente por prenderlo y verlo consumirse sin demasiadas contemplaciones. Imagino que el estante nos vigila, que esos libros son pedazos de pan, que Sonny Stitt es una especie de Santiago Feliú y que cada teja de esta casa nos separa un poco más del cielo.
La imagen de dos poemas teniendo sexo es confortante, propone que tal vez haya algo más en el interior de un lapiz, en el camino entre el papel y la retina. De hecho creo que así es. Dos poemas superpuestos, en yuxtaposición.
Acomodás mi brazo sobre tu hombro, la luz fenece, una gota de saliva cae en la mesa de la habitación contígua, la sangre en la manzana y mis encías podridas que tanto te gustan, Violette.
Fiebre sin descanso, calor moreno, piltrafa, cariño de galantes y licores y licores y aguardientes. Confianza; dormís, yo sueño. Aún conservo mi traje marrón gastado por los años, parches en los codos y una camisa a cuadros. Si supieses cuánto te aborrezco, Violette, tan hermosa, figura perfecta y semblante sereno. Ahora que dormís, o pretendés dormir, ya que para ser sinceros no sé cuál de los dos es quien realmente duerme, puedo trazar con mi dedo todo el contorno de tu cuerpo, tu miedo a la soledad, tu vámonos al carajo, tus sonrisas y tus desmanes. Me propongo besarte, levantarme procurando no hacer ningún ruido, tomar mis precauciones y quizá una bufanda. Irme sin nada de chau nos vemos luego.
Lo hago. Me voy. Dejo que la lluvia me golpee sin clemencia. Dejo que las hojas me confíen por dónde debo caminar.
Abandono tu cuerpo sobre el lecho y tambaleo cada dos o tres pasos inseguros, Violette. Otros planes, otros mapas-planisferios, otra ciudad que en realidad es la misma triste y aburrida ciudad. Ahora dormís, ahora girás a tu diestra, ahora sentís el frío de mi lado de la cama, ahora despertás, ahora está bien, vieja, vos sabés que son rayes del momento.
Me alejo por el camino buscando algo, o sin buscar pero intentando o sin avanzar pero qué diablos.


[Miguel Parra]
[08-Junio-2006]





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